El problema del «yo»
«Deberíamos… pensar de la imagen de Dios en esta forma, no como un sustantivo, sino como un verbo: ya no reflejamos a Dios como deberíamos; ahora el Espíritu hace posible que reflejemos a Dios en una forma cada vez más adecuada; algún día reflejaremos a Dios de manera perfecta». —Anthony Hoekema
He aprendido que la sabiduría de este mundo enseña engañosamente, que creer que uno mismo es intrínsecamente bueno, es fundamental para vivir una vida realizada. Sin embargo, este punto de vista equivocado pasa por alto los resultados devastadores del fracaso de Adán y Eva en obedecer a Dios. La Escritura enseña que una vida abundante no depende de tener una «buena autoimagen» o «más autoestima». En cambio, la satisfacción en la vida depende de nuestra relación con Dios por medio de la Persona de Jesucristo y de una respuesta bíblica al problema del «yo».
Antes de que el pecado naciera en su corazón, Adán y Eva gozaban de una relación sin pecado con Dios. Por ejemplo, ellos fueron creados a la imagen de Dios (Génesis 1:27; 5:1). Vivieron en un mundo sin pecado (Romanos 5:12), fueron bendecidos por Dios (Génesis 1:28), fueron una sola carne (Génesis 2:22-25), tenían que gobernar la tierra (Génesis 1:28), y estaban en comunicación personal con Dios, su Creador (Génesis 1:28-30; 2:16-17).
Sin embargo, hubo una sola restricción puesta por Dios que requería la simple obediencia a Sus órdenes sin importar los deseos o sentimientos de ellos (Génesis 3:3). Adán y Evan perdieron su lugar de privilegio con Dios cuando cayeron en la tentación al fijarse en sí mismos (es decir, codiciando, llenándose de orgullo en su sabiduría y satisfaciendo los deseos de la carne que es todo lo que el mundo ofrece – 1 Juan 2:16) y así alimentando una imagen autoestima opuesta a la imagen de Dios. Ellos entonces, desobedecieron el claro mandato de Dios al decidir comer del fruto prohibido (Génesis 2:16-17; 3:1-7). Cuando decidieron enfocarse en sí mismos, pecaron, trayendo las consecuencias del pecado sobre ellos mismos (Génesis 3:16-24) y sobre cada generación subsiguiente (Romanos 5: 12-21).
Algunas consecuencias que surgieron de la caída:
Confiar en nosotros mismos es inútil.
No mora nada inherentemente bueno en el corazón del hombre.
No podemos hacer nada fructifero separado de Dios.
Nuestra sabiduría natural es inadecuada para dirigir nuestros pasos.
Separados de Jesucristo, somos esclavos del pecado.
La imagen de Dios en toda persona se echó a perder —quebrantó por el pecado (efectos de la caída de la humanidad). Es decir, no se puede ver la imagen de Dios en ti, en su perfección absoluta, como se podía ver en Adán, ya que llevamos la imagen de Adán después de la caída.
La inclinación natural de cada persona es hacia el pecado, aun cuando el hombre: Es capaz de conocer la diferencia entre el bien y el mal. Aun cuando está capacitado para tener dominio sobre la tierra.
«La gran ironía de nuestra idolatría individualista es que en última instancia es autodestructiva. Cuando nos amamos y adoramos a nosotros mismos, estamos condenados a destruirnos a nosotros mismos». —Anthony Selvaggio
Concluyo con la pregunta: ¿Vale la pena confiar en la sabiduría de este mundo que engañosamente instruye a la sociedad sobre la autosuficiencia del yo? Por esta razón, debemos tener una perspectiva bíblica sobre el problema del «yo». Dios puede hacer que una persona vuelva a tener la imagen perfecta de Él (restauración después de la caída de la humanidad).