No somos merecedores de Su gracia sino de Su justicia
«La gracia siempre significa que es Dios quien toma la iniciativa e implica la prioridad de la acción de Dios a favor de pecadores necesitados». —Philip E. Hughes
El apóstol Pablo nos deja claro en sus escritos que la elección proviene de la misma gracia del Señor (Efesios 1:4-14). Es una doctrina que da mucho gozo saber que estamos bajo la cobertura del Señor y nadie podrá separarnos de Su amor (Romanos 8:31-39). El apóstol también subraya en 2 Timoteo 1:9 lo siguiente: Y esta es «la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos». Esto implica que nuestra salvación es una elección soberanamente por gracia, por la cual hemos sido justificados con la justicia de Cristo a cambio por nuestros pecados, sellados y muertos al pecado. Hágase referencia en Romanos 5–6. Por esta razón, la gracia del Señor es el favor de la bondad incondicional que Dios les muestra a los pecadores condenados sin que ellos lo merezcan.
Sin embargo, no muchos consideran esta gracia como una elección soberanamente incondicional de Dios y esto me hace recordar las palabras de Charles H. Spurgeon cuando expresó lo siguiente:
«No nos gusta ser salvados por caridad, y quedar entonces sin un rincón al cual ir a sentarnos y enorgullecernos. Anhelamos hacer provisión para un poco de congratulación personal. Insultas a un moralista si le dices que debe ser salvo de la misma manera que un ladrón o asesino; no obstante, eso no es más que la verdad. Que se le diga a una mujer de pureza que necesita la misma gracia que salvó a una Magdalena para su salvación es tan humillante, que su indignación se levantaría, y, sin embargo, es la realidad, porque en todo caso la salvación es ‘sin dinero y sin precio’».
El hecho de que Dios les muestra favor a los pecadores que los salva es un tributo a Su inigualable gracia. La gracia opera en el terreno de la culpa; es forense y judicial en naturaleza. Es el favor de Dios para los pecadores culpables que no se lo merecen proveyéndole a Cristo como su abogado (1 Juan 2:1) porque no pueden ganárselo con buenas obras, no pueden pagarlo con sacrificios y quienes por sí mismos no lo desean porque por naturaleza son hostiles a Dios y muertos en el pecado.
La gracia abarca no solo a los que no la merecen, sino también a los que merecen castigo. Dios pudo no haber elegido a nadie y, en cambio, haber castigado eternamente el pecado de cada uno, y aun así hubiera permanecido santo y justo. Es pura gracia el hecho que haya favorecido a los pecadores desde la eternidad pasada. Por lo tanto, la pregunta no es «¿Por qué no salva Dios a todos?» Más bien, lo que deberíamos preguntar es, «¿Por qué salva Dios a alguien como usted y este servidor?» Y la respuesta es bien simple: Su gracia que nos ha sido dada inmerecidamente, mostrando la cualidad y no la cantidad de Su amor eterno (Juan 3:16).