Confesando Su identidad
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» Ellos dijeron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que es Elías; y otros, que es Jeremías o alguno de los profetas.» Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Simón Pedro respondió: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!» (Mateo 16:13-16)
Una buena profesión representa la afirmación pública de Jesús como el Cristo, como el Hijo del Dios viviente.
Todos sabemos la historia de este relato. Aquí leemos que Cristo está planteando una pregunta importante que personalmente debemos considerar. Es una pregunta plural que el apóstol Pedro responde en nombre de los Doce, y su confesión de la identidad de Jesús distingue a la iglesia de quienes están fuera de la comunidad, incluso aquellos que admiran a Jesús desde lejos con una convicción sin fruto de arrepentimiento. Es una pregunta sobre quién es Cristo y lo que Él representa para el hombre completo.
Puedo afirmar que la respuesta de Pedro es la confesión de fe más extensa en los evangelios: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Mientas que el Evangelio de Marcos dice «Tú eres el Cristo» (Marcos 8:29), y Lucas dice «el Cristo de Dios» (Lucas 9:20). Sin embargo, la respuesta en Mateo incluye todo lo anterior y lo expande convirtiéndolo en toda una confesión de fe. Esto puede implicar que la confesión de Pedro tiene su fundamento en las esperanzas mesiánicas de Israel, que esperaba la llegada de un descendiente de David, cuyo trono sería eterno (1 Samuel 7:14–16).
Debemos también considerar que la frase «Dios viviente» es una frase que aparece en el Antiguo Testamento (Deuteronomio 5:26; Salmo 42:2), otras veces en Mateo (26:63), y muchas veces en el resto del Nuevo Testamento (Hechos 14:15; Romanos 9:26; 2 Corintios 3:3; etc.). Esta afirmación se utiliza para describir al Dios verdadero en contraposición a los reclamos de divinidad de los emperadores y los dioses paganos que existían en sus movimientos. Por lo tanto, la frase «Dios verdadero», se presta a resaltar Su señorío, el único Dios vivo, Creador de todo el universo. Que Su mensaje perdura, como lo es las noticias del Evangelio, ¡un mensaje vivo y eficaz!
(Hebreos 4:12).
La gente le llamaba profeta (Juan 6:14; 9:17), pero los discípulos le reconocen como el Cristo, el Mesías o Ungido de Dios (Isaías 61:1). Ya era gran cosa reconocer una dignidad tan grande en una persona cuyas apariencias externas eran tan contrarias a la idea que la gente tenía del Mesías. Él mismo se llamaba ahora «el Hijo del Hombre», pero Pedro reconoce en Él al Hijo del Dios vivo y verdadero. Esto nos debe animar que nuestra confesión la misma de Pedro, para compartir la misma bienaventuranza. Cristo se muestra satisfecho con la respuesta de Pedro, tan clara y explícita, y le dice de dónde le ha venido tan alto conocimiento. Era, sin duda, la primera vez que una confesión semejante tenía un acento tan claramente trinitario.
Cristo en su naturaleza humana es la revelación visible del Dios invisible y quien le ha visto a Él ha visto al Padre y es la Cabeza de la iglesia, —esto desprende la idea de que el papa es la cabeza de la iglesia—. (Colosenses 1:15:20). Cristo es quien sostiene todas las cosas para Su gloria. De hecho, la reconciliación con Dios se logra a través del sacrificio de Cristo, y los creyentes deben vivir exclusivamente para Él, no para sí mismos. Lo que implica que estar sujeto al reinado de Jesús se concibe como estar crucificado con Jesús.
Lo que Jesucristo debe ser para el creyente
Por otro lado, vemos que el apóstol Pablo ora para que los creyentes sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios y que su gracia les fortalezca, incluso en sufrimientos. Destacando que la importancia de la redención a través de la sangre de Cristo, que libera a los creyentes de la ira de Dios y del reino de Satanás (Colosenses 1:9-14). Debemos comprender que los sufrimientos de los cristianos son parte de nuestra identificación con Cristo; y Pablo agradece a Dios por revelar los misterios de Su gloria y nos exhorta como creyentes a ser fieles en medio de las pruebas, asegurando la salvación de nuestras almas.
La manifestación suprema del amor consiste en que Dios se desprendió de Su único Hijo, enviándolo a favor de los transgresores sin que ellos lo merecieran (Juan 3:16; Romanos 5:8). Como lo expresó John Stott: «No es concebible un mayor don de Dios porque no era posible uno Mayor». En la palabra del apóstol Pablo, el don inefable (2 Corintios 9:15): ¡Gracias a Dios por Su don inefable! Es decir, el apóstol Pablo termina su exposición acerca de las ofrendas con esta exclamación fantástica. Es probable que el don que tiene en mente sea el mismo Señor Jesucristo y su muerte por nosotros.
Lo que es Jesucristo es para mí,
Jesucristo es Dios, el Hijo encarnado, completamente divino y completamente humano en la unidad integral de Su persona, sin confusión o separación de sus naturalezas.
Stott, John, El Mensaje de Las Cartas de Juan, (Certeza, Argentina, Andamio Editorial, 1974), 176.