La fidelidad cuesta
Vivimos en un tiempo donde la fidelidad cuesta mucho. Procuramos buscar amistades que sean honestas y tengan un sentido de lo que es una relación saludable. Así se puede estar confiados en que la relación sea cordial y traiga conformidad en los momentos de prueba. Sin embargo, en la mayoría de los casos, esto no ha sido el comportamiento de los hombres de la era postmoderna e inclusive, en el pasado. Día tras día sea experimentado la infidelidad y la traición, y no se exhibe el respeto mutuo.
Las conversaciones por doquier se argumentan de que un fulano de tal fue desleal, deshonesto o renegado. Que la infidelidad se encuentra por los rascacielos como un círculo de comportamiento vicioso y, lo lamentable es que los que juegan tales caminos son los mismos que se quejan el porqué la fidelidad no existe entre ellos.
La razón por la que no se encuentra en ellos es porque la fidelidad cuesta. Ninguna persona que no tenga un corazón regenerado donde Cristo está sentado no estará disponible de pagar el debido precio para que la otra persona pueda sentirse segura de su amistad. Una amistad que el mismo recipiente puede afirmar que es valiosa.
Por esa razón, la infidelidad se refiere a la violación de la confianza y el compromiso en una relación. Sin embargo, solamente hay una persona que puede con mayor certeza darnos la fidelidad y no cambiar aun cuando nosotros somos infieles. George Swinnock, expresó: «El hombre íntegro no cambia su conducta conforme a las personas que le acompañan». Es decir, el hombre cimentado en Cristo puede mantener una convicción bíblica con el propósito de expresar su gratitud a Dios por la fidelidad que recibe de Él.
Hay un texto en la Biblia que expresa lo siguiente en 2 Timoteo 2:13: «Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse Él mismo». He aprendido, con respecto a la afirmación de la última frase de este versículo, que nos ha dado la base para subrayar que ni siquiera nuestra infidelidad afecta la fidelidad de Dios, porque es un aspecto del carácter de Dios, y consecuentemente, como dice la línea final: «Él no puede negarse a sí mismo». La fidelidad le costó a Dios al ofrecer a su único Hijo al morir en la cruz por los infieles. Renovando en amor el pacto de la gracia de Cristo en ellos.
La fidelidad de Dios consuela y anima a los cristianos: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). «Yo, yo soy el que borro tus transgresiones por amor a mí mismo, y no recordaré tus pecados» (Isaías 43:25). «Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir» (1 Corintios 10:13). «Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1 Tesalonicenses 5:24).
Había expresado que la base para afirmar que ni siquiera nuestra infidelidad afecta la fidelidad de Dios es porque es un aspecto de Su carácter que exhibe su lealtad y gloria; y eso es algo que debemos profundizar en nuestras mentes y valorar en nuestro corazón.